"Entre la duda de hacer o no hacer, siempre haz: si te equivocas, te queda la experiencia, pero si no haces, te queda la frustración". La frase, atribuida a Alejandro Jodorowsky, ilustra bien la toma de una decisión tan trascendente como es el cambio de costumbres que, por su significación, trastocan por completo una existencia. Eso que los posmodernos llaman "salir de la zona de confort" y que, en román paladino, es un cambio de vida.
La inercia del día a día nos va adentrando en una nebulosa que, si bien puede ser desagradable, nos resulta propia. En ella, aunque no podemos vislumbrar otro camino, nos encontramos cómodos pese a la oscuridad. Trabajo, localizaciones, rutinas, personas que conforman el álbum de nuestra biografía... En definitiva, lugares comunes, identificables, donde nos reconocemos con facilidad frente al espejo.
Abandonar hábitos cultivados durante años supone un esfuerzo ímprobo. Hasta al preso, cuando está a punto de abandonar su celda, puede costarle dar el paso que le conduce a la libertad. Pesa así más el miedo a la incertidumbre ante una situación nueva que la esperanza de enmendar su circunstancia, por muy oscura que ésta sea.
La inseguridad o la desconfianza frente a un futuro incierto no pueden, sin embargo, menospreciar la oportunidad que se abre cuando se decide cambiar de hábitos. Nuevos aires que ventean los automatismos aprendidos; proyectos que sustituyen a otros ya obsoletos. O, que en el mejor de los casos, dejaron de aportar la satisfacción de antaño.
Decidirse a tomar un nuevo camino conlleva sus riesgos. El principal: que un día la novedad deje de serlo. Pero hasta que pueda llegar ese momento, si es que lo hace, mejor aventurarse en lo desconocido y recuperar la facultad de emocionarse. A fin de cuentas, los años de vida son limitados, como la capacidad de ser feliz.
Y feliz ha sido el que escribe estas líneas compartiendo con ustedes sus reflexiones quincenales. Unas Tardes Corrientes de las que, por un tiempo indefinido, me ausentaré para centrarme en otras rutas. Si han llegado hasta aquí, sólo puedo darles las gracias por haberme acompañado. ¡Hasta pronto!
Abandonar hábitos cultivados durante años supone un esfuerzo ímprobo. Hasta al preso, cuando está a punto de abandonar su celda, puede costarle dar el paso que le conduce a la libertad. Pesa así más el miedo a la incertidumbre ante una situación nueva que la esperanza de enmendar su circunstancia, por muy oscura que ésta sea.
La inseguridad o la desconfianza frente a un futuro incierto no pueden, sin embargo, menospreciar la oportunidad que se abre cuando se decide cambiar de hábitos. Nuevos aires que ventean los automatismos aprendidos; proyectos que sustituyen a otros ya obsoletos. O, que en el mejor de los casos, dejaron de aportar la satisfacción de antaño.
Decidirse a tomar un nuevo camino conlleva sus riesgos. El principal: que un día la novedad deje de serlo. Pero hasta que pueda llegar ese momento, si es que lo hace, mejor aventurarse en lo desconocido y recuperar la facultad de emocionarse. A fin de cuentas, los años de vida son limitados, como la capacidad de ser feliz.
Y feliz ha sido el que escribe estas líneas compartiendo con ustedes sus reflexiones quincenales. Unas Tardes Corrientes de las que, por un tiempo indefinido, me ausentaré para centrarme en otras rutas. Si han llegado hasta aquí, sólo puedo darles las gracias por haberme acompañado. ¡Hasta pronto!