Ciertos colectivos arrastran atributos en forma de estereotipo que no siempre les hacen justicia. Si se realizara una encuesta rápida, podría recopilarse un ramillete de calificativos sobre una serie de profesiones para las que muchas respuestas serían coincidentes. Así, seguramente el adjetivo "corrupto" acompañaría al trabajo de político igual que el término "usurero" rima inexorablemente con banquero.
En otros empleos, en cambio, los arquetipos son más abiertos. Por ejemplo, los conductores de autobús. Aunque denostado por miles de automovilistas y otros tantos usuarios de este medio de transporte, el rol del busero, como son conocidos por nuestros hermanos de El Salvador, Nicaragua y Panamá, muestra una tipología variada de sujetos entre sus filas. Especialmente apreciable en las líneas urbanas de las grandes urbes.
En otros empleos, en cambio, los arquetipos son más abiertos. Por ejemplo, los conductores de autobús. Aunque denostado por miles de automovilistas y otros tantos usuarios de este medio de transporte, el rol del busero, como son conocidos por nuestros hermanos de El Salvador, Nicaragua y Panamá, muestra una tipología variada de sujetos entre sus filas. Especialmente apreciable en las líneas urbanas de las grandes urbes.
Un espécimen de los más abundantes, el más valorado por los impuntuales y temido por los ancianos, es el fitipaldi. No importa la edad: ya sea joven o viejo, la velocidad es su pasión, como si tras cada curva se escondiera el final de su jornada. La dicotomía para el pasajero cuando topa con él al volante es agarrarse al asiento o dejarse los dientes en el siguiente cruce.
El perfil amable responde al de aquel individuo a quien las abuelitas llaman por su nombre, le preguntan por el último examen de su hija y, de cuando en cuando, le traen patatas de su huerto. Se le identifica fácilmente porque siempre se adelanta al viajero y saluda en primer lugar, le mira a los ojos y sonríe. Como si, en una suerte de utopía laboral, disfrutara con lo que hace.
Por contra, el huraño sólo responde si le hablan previamente (y no siempre). Contesta de mala gana a las mismas preguntas que lleva escuchando durante los últimos 20 años: "¿Éste para en Plaza de Castilla?", "¿cuánto tarda hasta el centro?", "¿dan cambio de 10 euros?". Suele ser el más honrado de todos los perfiles: su cara y su verbo no dejan resquicio a la imaginación.
El desencantado sobrepasa la cincuentena, gusta de hablar a voces con sus colegas, a los que se queja del último cambio de turno o de la baja calidad del vehículo. No duda en regañar a los usuarios si no levantan la mano de forma ostensible para detener su paso en la parada o si considera que no han apretado el botón con suficiente energía para frenar su marcha en la siguiente estación.
Independientemente del carácter, la profesión de conductor de autobús comparte un factor común con otras muchas: la fuerte masculinización del puesto. Por ejemplo, en Madrid, y según datos de la EMT, de los 7.586 trabajadores dedicados al transporte urbano que componían su plantilla en 2016, un 6,2% eran mujeres. Una contribución más al exceso de testosterona que desborda las carreteras estatales, donde cada acelerón destila un trastorno mal diagnosticado.
El desencantado sobrepasa la cincuentena, gusta de hablar a voces con sus colegas, a los que se queja del último cambio de turno o de la baja calidad del vehículo. No duda en regañar a los usuarios si no levantan la mano de forma ostensible para detener su paso en la parada o si considera que no han apretado el botón con suficiente energía para frenar su marcha en la siguiente estación.
Independientemente del carácter, la profesión de conductor de autobús comparte un factor común con otras muchas: la fuerte masculinización del puesto. Por ejemplo, en Madrid, y según datos de la EMT, de los 7.586 trabajadores dedicados al transporte urbano que componían su plantilla en 2016, un 6,2% eran mujeres. Una contribución más al exceso de testosterona que desborda las carreteras estatales, donde cada acelerón destila un trastorno mal diagnosticado.
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