lunes, 15 de abril de 2019

Hasta aquí

"La virtud es el punto medio entre dos extremos, uno de los cuales lo es por exceso y otro por defecto". La máxima aristotélica ha perdido su sentido en un mundo empapado por el relativismo moral, social y económico. La noción de juventud (prorrogada hasta el ridículo), el nivel de ingresos dignos (rebajado hasta el insulto) o los baremos de colesterol aceptables (interpretados a su antojo por la industria farmacéutica) son algunos ejemplos de ese trilerismo conceptual.

En esta contingencia perpetua, la copa de vino peleón que espera su gaseosa ilustra la medida de todas las cosas. Cada cual tiene su nivel óptimo, ese punto de no retorno donde esboza al que le sirve su propio "hasta aquí". Rebasado ese nivel, el trago le resultará un tanto amargo; por debajo de esa cota, le caerá desabrido al paladar.

Ocurre con los empleos: además de la necesidad perentoria de ingresos en un mercado laboral esclavista, la permeabilidad a la desazón que provoca un puesto laboral tedioso depende del grosor de la piel de cada individuo. La paciencia que para algunos se agota en semanas, para otros puede postergarse durante décadas. En cualquier caso, llega un momento en que el trabajador, hastiado de una situación sin margen de maniobra, decide plantarse ante su superior y espetarle: "hasta aquí".  

Lo anterior puede extrapolarse prácticamente a cualquier ámbito de la vida: relaciones amorosas monótonas, contratos de alquiler usurarios, bromas que agotan al más templado o hábitos perpetuados en el tiempo. "Hasta aquí" marca el cambio de paso y la construcción de nuevas estructuras mentales que, pasado un lapso determinado, perderán el atractivo de lo novedoso y serán consideradas igualmente caducas.

¿Dónde está ese tope? ¿Cuándo salta la resignación por los aires? La frontera de la tolerancia es difusa, independientemente de la complejidad de cada sujeto. Sólo la voz interior (ya se le denomine conciencia, inspiración o arrebato) determina el instante exacto en el que se terminan las excusas y se procede a la acción. 

Aquellos que pulsan el botón rojo son adjetivados por el resto que permanece incólume: valientes, temerarios o locos. Y su decisión es catalogada a la ligera como error o acierto, sin término medio. Todos juzgan sin conocer la situación del otro, un ejercicio donde el español medio destaca sobremanera. Por eso, siempre que determine su propio "hasta aquí", ignore al mundo y sólo contemple su juicio. A fin de cuentas, como la copa de vino con gaseosa sobre la mesa, las elecciones de su vida sólo las saboreará usted.

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