jueves, 15 de marzo de 2018

177

Sube la cuesta de Pinos Baja con trabajo, como si quisiera prolongar el viaje eternamente. Es tan modesto que hasta la propia Empresa Municipal de Transportes (EMT) lo califica de "subruta". Técnicamente, se trata de un modelo BredaMenarinibus Vivacity+ C (la EMT cuenta con 29, el 1,5% de su flota), propulsado a gas natural comprimido con 8 metros de longitud, frente al estándar de 12. Pero todos lo conocen por el número que luce en la frente: el 177.

Este sencillo midibús conecta la calle Marqués de Viana con Plaza de Castilla, allí donde Álex de la Iglesia vaticinó el nacimiento del Anticristo en El día de la bestiaSus 11 paradas de ida y 14 de retorno hacen de este uno de los itinerarios más breves de Madrid. Pese a ello (y quizás por compensación), su ritmo cansino, no superior a los 20 km/h, provoca que necesite alrededor de una hora para completarlo.

Según relatan las crónicas, fue inaugurado el 17 de mayo de 2012 para atender una "demanda vecinal" de una barriada que conjuga un 26% de población de más de 65 años y unas pendientes con dos dígitos de desnivel. Mala combinación. Así, no es extraño que la inmensa mayoría de sus usuarios (un máximo de 13 personas pueden ocupar asiento) haya traspasado hondamente la edad de jubilación.

Las últimas cifras recopiladas hablan de 1.200 viajeros diarios. Pasajeros que, en su gran mayoría, llaman al conductor por el nombre de pila, charlan animadamente con sus convecinos de cualquier asunto ocurrido en el barrio y se despiden de forma generosa al apearse. Más de un millar de conversaciones entrecruzaudas en otros tantos recorridos pausados a través de curvas infinitas y estrechas calles con nombres de santos y militares. 

Carros de la compra, de bebé, garrotas, muletas, bolsas del mercadillo... Los aperos acarreados por los consumidores de este medio de transporte son comunes y comparten un origen humilde y práctico. No esperen encontrar en esta ruta teléfonos móviles de última generación, auriculares estridentes, bolsos de marca o cualquier otra señal de superficialidad.    

Las líneas de bus más afamadas tienen su propio apelativo. Como el 130 (de Villaverde a Vicálvaro y paso por Vallecas), conocido hace lustros como el yonquibús por la alta presencia de adictos a la heroína. De hecho, cuenta la leyenda que los toxicómanos se pinchaban el dedo antes de subir y vertían su sangre sobre las monedas, buscando que el chófer de turno las rechazara y poder viajar gratis. Para el 177, tal vez el apelativo de yayobús le haría justicia.  

Si Miguel Ríos compuso El blues del autobús, a este le iría más bien un pasodoble o una copla. O, por qué no, una oda a esos valientes que, después de una vida de trabajo, ven menguar su pensión año a año a manos de trileros de los números gruesos. Y aún así, siguen dando lecciones a una juventud abotargada, que mira cómo lentamente sus derechos se alejan de ellos. Como ese 177 por la cuesta de Pinos Baja.

jueves, 1 de marzo de 2018

Alta tensión

Las consecuencias de la corriente eléctrica sobre el cuerpo humano, según el Ministerio de Trabajo, "pueden ocasionar desde lesiones físicas secundarias (golpes, caídas, etc.) hasta la muerte por fibrilación ventricular". En cambio, otro tipo de corriente, como es la que mana del enchufismo, parece altamente beneficiosa en España para conseguir un empleo.

Así, más del 70% de las vacantes laborales se cubre con "conocidos", según un reciente estudio. Ya sea para el hijo del concejal, el compañero de estudios universitarios o la bailarina de striptease favoritos, el llamado mercado oculto guarda puestos donde el único requisito es ser un aliado fiel del responsable de turno.

Esta realidad, sin prender en los grandes titulares, conforma una divisa de la Marca España. Tal es la aceptación de este método que, lejos de provocar escándalo, se justifica con las explicaciones más variopintas: "es una persona válida, la conozco desde hace tiempo", "se lo merece, ha tenido muy mala suerte en su vida" o "no le queda nada por demostrar". El autoengaño como herramienta para justificar aquello que carece de defensa. 

El virus del enchufismo está dentro de cada empresa, corroe cada organismo público o privado. Convocatorias para funcionarios diseñadas a la carta, cargos creados ad hoc para ubicar a determinados sujetos, reestructuraciones de departamentos enteros con el objeto de hacer un hueco al protegido, movimientos ilógicos de personal para encajar la pieza deseada... Estas prácticas subrepticias, que no responden a ningún razonamiento económico, se anteponen a la sacrosanta productividad y a la lógica del mercado.  

La genuina reconversión industrial se vive a diario, en el momento en que las compañías se transforman en agencias de colocación e, incluso, en ONG, dando un puntapié a cualquier ética o escrúpulo. Los criterios de idoneidad para el puesto pierden todo valor cuando el argumentario del mando en cuestión mana del corazón o directamente de la bragueta.

Como complemento al enchufismo, existe un deporte de masas practicado a diario en la inmensa mayoría de las grandes empresas patrias: despachear. Este término, aún no admitido por la RAE (tomen nota, académicos), podría definirse como la "acción y efecto de conseguir en los despachos de los superiores ascensos u otras prebendas en beneficio del interviniente". De hecho, hay quien suma tantos kilómetros recorridos sobre las moquetas entre despacho y despacho que podría retar al mismísimo Mo Farah. 

En los casos más tragicómicos, la corrupción humana provoca que quienes en su juventud fueron adalides del concepto de meritocracia lo usen de manera arbitraria al quedarse calvos. Señores: hacerse trampas al solitario queda feo con uno mismo, pero si se realizan a ojos del público sin ningún rubor, negando la evidencia, resulta algo francamente patético.