“Ganarás el pan con el sudor de
tu frente”. O algo así vino a decir Dios al primer hombre, según la tradición
cristiana. La misma que llama pecado capital a la pereza. Castigo divino o
redención (dejemos esto a los teólogos), para el común de los mortales el
trabajo ha estado mal valorado desde la noche de los tiempos. Ocupaciones que
roban horas a otras cuestiones (metafísicas o mundanas) y que acaban por agriar
el alma.
Hasta el mismo diccionario no
escatima adjetivos para definir al trabajo. “Dificultad, impedimento,
perjuicio, penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz”, entre algunas de
sus acepciones. Ya en 1883, un señor llamado Lafargue
reclamó el derecho a la pereza como vía para alcanzar una sociedad en
equilibrio con el capital.
Salvo para unas cuantas familias
(siempre sustentadas por otras), el trabajo es la primera certeza que conoce el
ser humano. La segunda es la de su propia muerte (y muchas veces van
íntimamente ligadas: hay trabajos que matan). “El trabajo os hará libres”,
escribieron los nazis en las puertas de entrada a los campos de concentración.
Una costumbre que se ha perdido, pero que algunos empleadores mantienen en su
fuero interno.
Claro que hay trabajos y
trabajos. Imagino que un pocero no debe tener las mismas condiciones que un
futbolista de élite. Aunque cada uno se lo toma como quiere. Por ejemplo, cada
mañana, cuando cierro la puerta de casa, escucho a mi portero canturreando mientras
pasa la fregona. Se le ve feliz. Y a mí eso me hace preguntarme muchas cosas.
En su caso (el de mi portero), no
sé si eligió serlo. Pero la solución menos mala pasa por elegir tu trabajo. Y
hay vocaciones muy bonitas: médico, bombero, maestro, periodista, actor
porno... El caso es que te sientas a gusto con lo que haces. Normalmente, estas
profesiones exigen pasar por la Universidad. Una inversión, la llaman,
de tiempo y dinero, que te garantiza el éxito. O eso dicen. Habría que
preguntar a los titulados que dejaron el país. O a los que
siguen confiando en que su suerte cambie mientras encuadernan sus diplomas en
edición facsímil.
Algunos se guían por el
sueldo para decidir su futuro. Lástima que ahí no tengas mucho que decir.
Incluso, los expertos en Recursos Humanos defienden que es un error preguntar
por los honorarios a las primeras de cambio en las entrevistas de selección.
Pero no te preocupes: otros deciden por ti. Según un estudio,
los gerifaltes del IBEX han aumentado un 10% su salario en los últimos cuatro
años; en ese tiempo, el de los trabajadores ha descendido un 5%. Otra Bolsa, la
de parados, cotiza al alza: a finales de junio, si creemos en la Encuesta de
Población Activa del INE (otra tarde hablaremos
de esta nueva religión que son los datos), estaba en el 22,37%.
Esto es: de cada 100 personas en condiciones de trabajar, más de 22 no tenían
empleo conocido.
Hay quien no trabaja porque no
quiere. Quien no lo hace porque no puede. Y a otros que, aún con el querer y el
poder, no se lo permiten. El currículum vitae es el género literario del siglo
XXI y muchos podrían escribir tesis doctorales al respecto para impartir clase
en las facultades. Así, la fábrica de parados en la que, de un tiempo a esta
parte, se ha convertido la Universidad serviría, al menos, para tratar con una
realidad cotidiana.
Si no te gusta tu trabajo, no lo tienes o tu sueldo
no da para más, siempre puedes mirarte en el espejo de los empresarios y dar
trabajo a otros. Un acto altruista y que va bien para eso que llaman Marca España. Por ejemplo, bajar al bar más cercano. Con ese simple gesto,
mejoras el PIB nacional varios puntos: das trabajo al camarero, a tu hígado y,
si te esmeras un poco, al médico de guardia. Vamos, lo que los economistas de
manual llaman pleno empleo.