Pronto la normativa de circulación obligará a los peatones a transitar con espejos retrovisores por las aceras. Y es que salir a la calle sin bajarse del bordillo se ha convertido en estos tiempos postmodernos en todo un acto de gallardía. Esquivar viandantes, coches mal aparcados, bicis, motos, patinetes, carros, maletas o excrementos pasará a ser, a este paso, disciplina olímpica.
La principal invasión proviene de aquellas máquinas que asaltan el espacio dedicado al ser humano. El mal estacionamiento, cuando no la circulación explícita, de coches y motos por la acera es un mal endémico al que, en fechas recientes, se han sumado un subgénero de vehículos eléctricos: desde segways (esos dispositivos de dos ruedas con sistema de autobalanceo) a bicis o patines.
La cosa es sería, sobre todo después de que en noviembre se hiciera pública la primera muerte por atropello de uno de esos cacharros del demonio: el patinete. Lo que hace décadas era un juguete sin mayor misterio se ha transformado hoy en un símbolo de modernidad sostenible. Por desgracia, el compromiso de sus usuarios con el medio ambiente no va parejo a su respeto por el prójimo, cuando aceleran a escasos centímetros de transeúntes sin más motorización que sus piernas o aparcan esos aparatos en mitad de las aceras.
Los perros y sus extras en forma de orín en la puerta o excremento sobre el asfalto son otras de las minas que propone este Vietnam urbano. Si bien hace unos años era normal encontrar canes callejeros, hoy es raro ver algún ejemplar. Por lo tanto, cabe resolver que en la ecuación perro+excremento, la incógnita se solventa gracias a un dueñogilipollas desconsiderado.
Y ahí reside el meollo de todo este entramado: el civismo. Montar en patinete o pasear a un perro no genera en sí peligro. Lo verdaderamente arriesgado es dejarlos en manos de descerebrados. Por eso no estaría de más realizar un examen psicotécnico en profundidad a determinados sujetos antes de poner en sus manos un vehículo motorizado, y cuánto más, la vida de un ser vivo.
De hecho, más allá de animales o vehículos, el mayor riesgo proviene de cierta tipología de peatón. Desde aquel que, transitando por la izquierda, no tiene reparos en obligar a apartarse al caminante que se le aproxima de frente a esos que, en aceras de medio metro, circulan en paralelo, como si desearan montar una barricada. Aunque peores son los otros que cuentan con armamento susceptible de utilizar contra cualquier persona: desde paraguas a las diversas variantes de sistemas con ruedas (carros de la compra, maletas, carretas de reparto...).
Por eso, desde Tardes Corrientes, proponemos a la Dirección General de Tráfico y al Gobierno un cambio normativo para que todo individuo que ponga un pie sobre las calles, independientemente de su condición social, deba acreditar una pizca de civismo, tres puñados de educación, dos cucharadas de empatía y una dosis extra de humanidad.
La principal invasión proviene de aquellas máquinas que asaltan el espacio dedicado al ser humano. El mal estacionamiento, cuando no la circulación explícita, de coches y motos por la acera es un mal endémico al que, en fechas recientes, se han sumado un subgénero de vehículos eléctricos: desde segways (esos dispositivos de dos ruedas con sistema de autobalanceo) a bicis o patines.
La cosa es sería, sobre todo después de que en noviembre se hiciera pública la primera muerte por atropello de uno de esos cacharros del demonio: el patinete. Lo que hace décadas era un juguete sin mayor misterio se ha transformado hoy en un símbolo de modernidad sostenible. Por desgracia, el compromiso de sus usuarios con el medio ambiente no va parejo a su respeto por el prójimo, cuando aceleran a escasos centímetros de transeúntes sin más motorización que sus piernas o aparcan esos aparatos en mitad de las aceras.
Los perros y sus extras en forma de orín en la puerta o excremento sobre el asfalto son otras de las minas que propone este Vietnam urbano. Si bien hace unos años era normal encontrar canes callejeros, hoy es raro ver algún ejemplar. Por lo tanto, cabe resolver que en la ecuación perro+excremento, la incógnita se solventa gracias a un dueño
Y ahí reside el meollo de todo este entramado: el civismo. Montar en patinete o pasear a un perro no genera en sí peligro. Lo verdaderamente arriesgado es dejarlos en manos de descerebrados. Por eso no estaría de más realizar un examen psicotécnico en profundidad a determinados sujetos antes de poner en sus manos un vehículo motorizado, y cuánto más, la vida de un ser vivo.
De hecho, más allá de animales o vehículos, el mayor riesgo proviene de cierta tipología de peatón. Desde aquel que, transitando por la izquierda, no tiene reparos en obligar a apartarse al caminante que se le aproxima de frente a esos que, en aceras de medio metro, circulan en paralelo, como si desearan montar una barricada. Aunque peores son los otros que cuentan con armamento susceptible de utilizar contra cualquier persona: desde paraguas a las diversas variantes de sistemas con ruedas (carros de la compra, maletas, carretas de reparto...).
Por eso, desde Tardes Corrientes, proponemos a la Dirección General de Tráfico y al Gobierno un cambio normativo para que todo individuo que ponga un pie sobre las calles, independientemente de su condición social, deba acreditar una pizca de civismo, tres puñados de educación, dos cucharadas de empatía y una dosis extra de humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario