Ya hace más de una semana que, oficialmente, el verano recogió sus bártulos. Los rayos de sol, como las añoranzas de cambio, se consumen cada vez más temprano en el juego de sístole-diástole de los días al través del calendario. Pero en este octubre instalado en los 30 grados (constatación de la idiocia humana sobre el planeta), ellos todavía serpentean en vuelo aparentemente errático al caer la tarde.
Los murciélagos ondulan entre los postes de la luz al ponerse el sol, calle arriba, calle abajo, en torno a las farolas que comienzan a iluminarse. Como las oscuras golondrinas del poema de Bécquer, siempre regresan a los balcones. Aunque ellos lo hacen cuando el calor de las tardes empieza a espesar, para absorber así la claridad de unos días plomizos.
Esa consistencia vespertina flota en el ambiente y atrapa los anhelos en una gran red de pescador, por donde solo escapan pequeños fragmentos de deseo. En una siesta interrumpida, donde caben todos los sueños del mundo, el cabeceo dominical entre imágenes vaporosas expira cuando un murciélago zigzaguea al otro lado de la ventana al inicio del crepúsculo.
Los murciélagos ondulan entre los postes de la luz al ponerse el sol, calle arriba, calle abajo, en torno a las farolas que comienzan a iluminarse. Como las oscuras golondrinas del poema de Bécquer, siempre regresan a los balcones. Aunque ellos lo hacen cuando el calor de las tardes empieza a espesar, para absorber así la claridad de unos días plomizos.
Esa consistencia vespertina flota en el ambiente y atrapa los anhelos en una gran red de pescador, por donde solo escapan pequeños fragmentos de deseo. En una siesta interrumpida, donde caben todos los sueños del mundo, el cabeceo dominical entre imágenes vaporosas expira cuando un murciélago zigzaguea al otro lado de la ventana al inicio del crepúsculo.
Su imagen despierta un miedo ancestral entre gran parte de la población. En cierta medida, debido a la asociación de este animal a determinados estereotipos mitológicos con carga simbólica negativa (oscuridad, muerte, sangre). Los ataques esporádicos de este último verano han servido para demonizar un poco más esa supuesta naturaleza peligrosa.
Sin embargo, su labor es más que digna de agradecer, al acabar con molestas plagas de insectos y realizar funciones polinizadoras. De hecho, el 70% de estas especies son insectívoras. Y como asegura la Secemu (Asociación Española para la Conservación y el Estudio de los Murciélagos), además de estar protegidos por ley, sólo se ha reconocido una muerte en Europa por transmisión de rabia en las últimas tres décadas.
Con la llegada del frío, desaparecerán del paisaje sin que reparemos en su adiós. Como las letanías del devoto en el templo, flotarán en el ambiente hasta extinguirse por los tejados. Y una vez ausentes, aguardaremos a que el bochorno estival perfile su regreso y remonten el vuelo, en un juego de sombras chinescas sobre el azul de un cielo de estío que hoy ya es pasado.
Sin embargo, su labor es más que digna de agradecer, al acabar con molestas plagas de insectos y realizar funciones polinizadoras. De hecho, el 70% de estas especies son insectívoras. Y como asegura la Secemu (Asociación Española para la Conservación y el Estudio de los Murciélagos), además de estar protegidos por ley, sólo se ha reconocido una muerte en Europa por transmisión de rabia en las últimas tres décadas.
Con la llegada del frío, desaparecerán del paisaje sin que reparemos en su adiós. Como las letanías del devoto en el templo, flotarán en el ambiente hasta extinguirse por los tejados. Y una vez ausentes, aguardaremos a que el bochorno estival perfile su regreso y remonten el vuelo, en un juego de sombras chinescas sobre el azul de un cielo de estío que hoy ya es pasado.
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