miércoles, 1 de noviembre de 2017

100 octubres después

Hace un siglo, distancias que hoy se perciben cortas tardaban días en salvarse a bordo de un tren de vapor o a lomos de un caballo. Las comunicaciones, sin la instantaneidad de internet, se dejaban en manos del telégrafo o el correo postal. Y la digitalización no era más que una quimera para unas fábricas que comenzaban a desperezarse. Todos aquellos medios, aunque ya muy lejanos, fueron fundamentales para construir el mundo actual.  

Entre las principales transformaciones, por su relevancia social, se encuentra la Revolución de Octubre, de la que el próximo 7 de noviembre se cumplen 100 años. Un cambio que, como el propio del calendario juliano vigente por entonces en Rusia (que calificó a la revolución "de octubre", por suceder el 25 de ese mes, fecha correspondiente al 7 de noviembre del calendario gregoriano), cogió a todo el planeta con el pie cambiado cuando un joven Lenin se puso al frente de los bolcheviques.

Para una gran mayoría de la sociedad occidental, ensalzar hoy las conquistas de ese periodo es sinónimo de hagiografía del totalitarismo estalinista. Como si el elogio de las libertades conseguidas por la Revolución Francesa de 1789 supusiera automáticamente identificarse con las tropelías napoleónicas que vinieron más tarde. Obvian así una cuestión principal: la diferenciación radical existente entre el socialismo real y la revolución que dio pie a él. Algo que mentes preclaras del siglo XX, como la del historiador Eric Hobsbawm, sí supieron ver.

Incluso desde una parte de la izquierda, que despreció (y aún hoy lo hace) a quienes rememoraban Octubre, se desprestigió esa memoria. De hecho, hasta el propio régimen de la URSS en un momento dado quiso sepultar su legado. Como describen Jesús Izquierdo y Jairo Pulpillo en la magnífica obra coral 1917. La Revolución rusa cien años después: "La utopía revolucionaria se transformó en una revolución distópica cuyo resultado fue, paradójicamente, el encubrimiento de un pensamiento antiutópico según el cual 1917 ya no podía ser más que pensado como acontecimiento histórico que, afortunadamente, había sido superado".

El desarrollo de derechos políticos y laborales, unidos a los primeros pasos serios en la emancipación de la mujer, fueron la gran hazaña de ese acontecimiento, que tuvo como consecuencia la concesión de ciertas garantías (sentando las bases del hoy cuestionado Estado del Bienestar) en las sociedades occidentales, cuyos gobiernos temían la propagación del terror rojo. Unos avances que, pasada una centuria, ya sea por las crisis económicas nacidas de la insaciable voracidad o por la connivencia de gobiernos timoratos, se diluyen peligrosamente, acentuando las diferencias sociales que el sistema económico imperante prometía erradicar. 

De forma antitética, hoy el comunismo sigue muy vivo de la mano de sus más acérrimos detractores en una variante perversa: "líneas de crédito en condiciones ventajosas" a bancos en quiebra, pago del mal llamado "déficit tarifario" a compañías energéticas o indemnizaciones a sociedades concesionarias de autopistas no rentables. Esto es: en forma de estatalización de pérdidas de empresas privadas con dinero público.

Cien octubres después, resulta buen momento para recordar a aquellos miles de hombres y mujeres que, en una aparente tarde corriente, fueron capaces de cambiar la concepción del mundo y resquebrajar unas bases que, por injustas, parecían inquebrantables. Para así tener conciencia de que el cambio, en cualquiera de sus variantes, queda siempre en manos de gentes normales capaces de añadir páginas al libro de la Historia de una manera extraordinaria.    

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