lunes, 15 de mayo de 2017

La familia

La familia es la primera lotería en la que participa el ser humano sin quererlo. Un sorteo del que determinados sujetos salen ganadores y otros hipotecados de por vida. Así, para algunos, el núcleo en el que pasan sus primeros años es una rampa de lanzamiento hacia una existencia equilibrada. En cambio, para otros, se convierte en una rémora de la que nunca se liberan.

"Nunca digas lo que piensas a alguien fuera de tu familia". La frase de Vito Corleone a su hijo Sonny en El Padrino resume el sentimiento de unión y pertenencia que ciertas sagas comparten. No cuesta mucho imaginarse a esos padres transmitirle ese mensaje a sus hijos en el mundo real. El mismo Jordi Pujol podría haber firmado esa sentencia, palabra por palabra, en cualquier cena de Navidad, rodeado de todos sus vástagos ante una mesa bien dispuesta, bajo la atenta mirada conmovida de su fiel Marta.

Pero como en toda sociedad, la igualdad dentro de una tribu con ADN común es difícil de alcanzar. Filias y fobias conviven en ese microcosmos que se incuba entre cuatro paredes. La niña, el varón, el primogénito, el pequeño... Existen tantas teorías sobre quién es el favorito entre los miembros de la prole que podrían redactarse millones de tratados que contradijeran al primero. Y todos y ninguno tendrían la completa razón.

Una vez seleccionado el tallo grueso, los patriarcas que caen en la predilección pretenden hacer de sus descendientes una continuación de su obra. Conozco testimonios de hombres a los que sus padres les entregaban el sobre para las elecciones generales con la papeleta de "los buenos" dentro. Y de mujeres a las que, antes de plantearse con quién compartir su intimidad, debían someter a su candidato al casting materno, más exigente que el de un aspirante a papel protagonista en una superproducción de Hollywood. 

No hace falta recurrir a linajes ilustres e ilustrados, como el de los Panero, para encontrar casos de clanes en los que el clima se vuelve tan irrespirable como en La casa de Bernarda Alba. Entre la llamada clase media se esconden verdaderas aberraciones, donde a sus protagonistas sólo les salva de la destrucción de la personalidad una huida a tiempo para no acabar desintegrados.

También los hay que, por intentar evitar a toda costa los errores que cometieron con ellos en el seno familiar, acaban replicando los mismos desaciertos hasta el infinito, en una suerte de maldición generacional en bucle. Una condena de sangre de la que todos salen perdedores y que abona el terreno a las disputas internas.

Por eso no es extraño que, de un tiempo a esta parte, las salas de los tanatorios se hayan convertido en improvisados escenarios para los reencuentros fraternos. Y sólo allí, después de años sin mediar palabra, los hermanos -con un ojo en el cadáver del progenitor y otro en su albacea- acaban tragándose el orgullo de décadas.

lunes, 1 de mayo de 2017

Se alquila dignidad

Alquilar vivienda en Madrid es llorar. Alrededor de tres millones de casas, según estiman las obsoletas estadísticas de la Comunidad, para 6,4 millones de personas no parecen suficientes. Y no lo son porque ciertos constructores (con la connivencia de otros tantos propietarios) no asimilan el concepto casa al término hogar, sino más bien al vocablo guarida como lo entiende la Real Academia Española: "Cueva o espesura donde se guarecen los animales".

Un rápido vistazo por alguno de los buscadores de inmuebles más populares basta para hacerse una idea de la situación. El uso de objetivos de gran angular para ilustrar el estado de las viviendas y la neolengua utilizada por los anunciantes no impide esconder la realidad: la dignidad de ciertos arrendadores se perdió en el momento en que pidieron el equivalente al salario mínimo interprofesional por auténticas cochambres.

La promoción de la infravivienda desde la clase política ha calado tan hondo entre un gran número de propietarios que asusta. Al calor del dinero fácil, no dudan en poner a disposición de la sociedad un parque de viviendas que, en su conjunto, podrían servir de decorado a cualquier película con una catástrofe nuclear como hilo conductor. 

Para colocar su producto, utilizan una larga lista de clásicos literarios de estos portales: "a cinco minutos del centro" (¿en avión?), "con muchas posibilidades" (como Berlín en 1945), "muy luminoso" (a 40 grados en agosto y sin aire acondicionado), "para entrar a vivir" (los ermitaños también viven en cuevas...), "ideal para pareja joven" (que aún mantenga el amor y la voluntad para enfrentarse a un zulo), "tranquilo" (sin ventanas al mundo exterior), "acogedor" (como una celda de una prisión camboyana), "mejor ver" (para corroborar la sinvergonzonería del anunciante) y así hasta un largo etcétera.  

Las fotografías, además de mostrar el estado de los inmuebles, son un buen ejemplo de que la España profunda también habita en las grandes ciudades: la esponja en la bañera (o su variante de cocina, con el estropajo bien fruncido), la vitrocerámica con la crema limpiadora esparcida en círculos, un primer plano del cubo de la fregona o el reflejo del propietario de turno iluminado por el fogonazo del flash son estampas que salpican una buena parte de los anuncios.

Entre los requisitos para optar al Hades, las comisiones de agencia aparecen sólo como la punta del iceberg. Seis meses de fianza (cuando la ley fija uno), aval bancario, referencias, pago de varias mensualidades por adelantado o ingresos no inferiores a cantidades que no empujarían a nadie en su sano juicio a lugares como esos abundan en un mundo, el de la vivienda, proclive al exceso, como casi todo en este país.

Mantras como "el precio lo fija la ley de la oferta y la demanda", "no hay burbuja del alquiler" o "los costes suben en relación a los salarios" conforman el argumentario favorito de quienes niegan la evidencia: la subida generalizada de precios en unas viviendas que no merecen tal catalogación, independientemente del barrio en el que se encuentren. 

La situación es especialmente sangrante cuando la, para otros menesteres, sacrosanta Constitución ("Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada") se estrella contra el mercado y son los propios organismos oficiales los que promueven la especulación (el Banco de España publica desde hace años la comparativa entre las rentabilidades de la vivienda y otras formas de inversión, como depósitos, bonos del Estado o la Bolsa). Entre el artículo 47 y el 135, más que 88 postulados, hay una distancia insalvable marcada por voluntades interesadas en que nada cambie.