lunes, 1 de mayo de 2017

Se alquila dignidad

Alquilar vivienda en Madrid es llorar. Alrededor de tres millones de casas, según estiman las obsoletas estadísticas de la Comunidad, para 6,4 millones de personas no parecen suficientes. Y no lo son porque ciertos constructores (con la connivencia de otros tantos propietarios) no asimilan el concepto casa al término hogar, sino más bien al vocablo guarida como lo entiende la Real Academia Española: "Cueva o espesura donde se guarecen los animales".

Un rápido vistazo por alguno de los buscadores de inmuebles más populares basta para hacerse una idea de la situación. El uso de objetivos de gran angular para ilustrar el estado de las viviendas y la neolengua utilizada por los anunciantes no impide esconder la realidad: la dignidad de ciertos arrendadores se perdió en el momento en que pidieron el equivalente al salario mínimo interprofesional por auténticas cochambres.

La promoción de la infravivienda desde la clase política ha calado tan hondo entre un gran número de propietarios que asusta. Al calor del dinero fácil, no dudan en poner a disposición de la sociedad un parque de viviendas que, en su conjunto, podrían servir de decorado a cualquier película con una catástrofe nuclear como hilo conductor. 

Para colocar su producto, utilizan una larga lista de clásicos literarios de estos portales: "a cinco minutos del centro" (¿en avión?), "con muchas posibilidades" (como Berlín en 1945), "muy luminoso" (a 40 grados en agosto y sin aire acondicionado), "para entrar a vivir" (los ermitaños también viven en cuevas...), "ideal para pareja joven" (que aún mantenga el amor y la voluntad para enfrentarse a un zulo), "tranquilo" (sin ventanas al mundo exterior), "acogedor" (como una celda de una prisión camboyana), "mejor ver" (para corroborar la sinvergonzonería del anunciante) y así hasta un largo etcétera.  

Las fotografías, además de mostrar el estado de los inmuebles, son un buen ejemplo de que la España profunda también habita en las grandes ciudades: la esponja en la bañera (o su variante de cocina, con el estropajo bien fruncido), la vitrocerámica con la crema limpiadora esparcida en círculos, un primer plano del cubo de la fregona o el reflejo del propietario de turno iluminado por el fogonazo del flash son estampas que salpican una buena parte de los anuncios.

Entre los requisitos para optar al Hades, las comisiones de agencia aparecen sólo como la punta del iceberg. Seis meses de fianza (cuando la ley fija uno), aval bancario, referencias, pago de varias mensualidades por adelantado o ingresos no inferiores a cantidades que no empujarían a nadie en su sano juicio a lugares como esos abundan en un mundo, el de la vivienda, proclive al exceso, como casi todo en este país.

Mantras como "el precio lo fija la ley de la oferta y la demanda", "no hay burbuja del alquiler" o "los costes suben en relación a los salarios" conforman el argumentario favorito de quienes niegan la evidencia: la subida generalizada de precios en unas viviendas que no merecen tal catalogación, independientemente del barrio en el que se encuentren. 

La situación es especialmente sangrante cuando la, para otros menesteres, sacrosanta Constitución ("Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada") se estrella contra el mercado y son los propios organismos oficiales los que promueven la especulación (el Banco de España publica desde hace años la comparativa entre las rentabilidades de la vivienda y otras formas de inversión, como depósitos, bonos del Estado o la Bolsa). Entre el artículo 47 y el 135, más que 88 postulados, hay una distancia insalvable marcada por voluntades interesadas en que nada cambie. 

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