Feli barre los egos caídos en la moqueta. Y eso, en un lugar como una redacción, da muchísimo trabajo. Durante horas, recorre kilómetros en un circuito de pasillos trillados. Sube y baja peldaños por las tripas de un edificio inteligente. Vacía de forma mecánica unas papeleras que se reproducen por esporas. Recoge centenares de colillas no embocadas en los ceniceros. E intenta poner orden en los baños que algunos cerdos con pantalones convierten en cuadras.
El salario medio de un empleado de limpieza ronda los 11.000 euros anuales. Por eso no es extraño que, como Feli, muchas profesionales se vean obligadas a desarrollar su labor en varias empresas en turnos dobles. Algo que desde el Estado se penaliza: contar con dos pagadores obliga a presentar declaración de la renta.
Ante esta realidad, la primera respuesta de la mente burguesa es automática: "Haber estudiao". Una afirmación que, además de despreciable, resulta totalmente estúpida, vista la suerte de los jóvenes españoles durante los últimos años.
Otro segmento vituperado es el de los barrenderos. Pese a que cuentan con un sueldo sensiblemente mayor al de sus colegas, no son pocos quienes les tachan de vagos y critican sus huelgas con dureza. Antes de entrar en una redacción, tuve la ocasión de pasar unos meses con un cepillo de raíces en las manos. Además de comprobar que uno puede encontrar más desechos en pasillos enmoquetados que entre bolsas de basura, escuché un lenguaje esclavista: el que fuera mi jefe se denominaba, oficialmente, capataz. Un concepto que me retrotraía a las plantaciones de algodón de la América del siglo XVIII.
En esta escala de marginalidad dentro de los trabajadores de limpieza, el personal del hogar es, posiblemente, el más desfavorecido: la ausencia de contrato es la norma en este gremio. Como en tantos otros ámbitos de la vida, ellas reciben la peor parte; así, este sector en España está sostenido por mujeres en el 95% de los casos.
El pasado octubre se celebró el primer congreso sobre Empleo de Hogar y Cuidados. Una buena oportunidad para que los trabajadores puedan organizarse y ganar en derechos. Pero su lucha contra los empleadores que intentan abusar de ellos no tendrá ninguna fuerza mientras que, desde el resto de la sociedad, se les mire con una soberbia propia del Antiguo Régimen.
El salario medio de un empleado de limpieza ronda los 11.000 euros anuales. Por eso no es extraño que, como Feli, muchas profesionales se vean obligadas a desarrollar su labor en varias empresas en turnos dobles. Algo que desde el Estado se penaliza: contar con dos pagadores obliga a presentar declaración de la renta.
Ante esta realidad, la primera respuesta de la mente burguesa es automática: "Haber estudiao". Una afirmación que, además de despreciable, resulta totalmente estúpida, vista la suerte de los jóvenes españoles durante los últimos años.
Otro segmento vituperado es el de los barrenderos. Pese a que cuentan con un sueldo sensiblemente mayor al de sus colegas, no son pocos quienes les tachan de vagos y critican sus huelgas con dureza. Antes de entrar en una redacción, tuve la ocasión de pasar unos meses con un cepillo de raíces en las manos. Además de comprobar que uno puede encontrar más desechos en pasillos enmoquetados que entre bolsas de basura, escuché un lenguaje esclavista: el que fuera mi jefe se denominaba, oficialmente, capataz. Un concepto que me retrotraía a las plantaciones de algodón de la América del siglo XVIII.
En esta escala de marginalidad dentro de los trabajadores de limpieza, el personal del hogar es, posiblemente, el más desfavorecido: la ausencia de contrato es la norma en este gremio. Como en tantos otros ámbitos de la vida, ellas reciben la peor parte; así, este sector en España está sostenido por mujeres en el 95% de los casos.
El pasado octubre se celebró el primer congreso sobre Empleo de Hogar y Cuidados. Una buena oportunidad para que los trabajadores puedan organizarse y ganar en derechos. Pero su lucha contra los empleadores que intentan abusar de ellos no tendrá ninguna fuerza mientras que, desde el resto de la sociedad, se les mire con una soberbia propia del Antiguo Régimen.
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