Pasa otra tarde sin que Skynet se haya levantado contra los humanos. Parece que John Connor aún no ha regresado del futuro para prevenirnos de las consecuencias de nuestros actos. Aunque a algunos ya nos miran como si estuviéramos tan desequilibrados como Sarah Connor. La revolución digital no trae rayos láser ni robots asesinos, pero plantea un trueque perverso: unas cuantas comodidades más por unos miles de nóminas menos.
No hace tanto (se confirma: no nacimos con un móvil en la mano), hubo un tiempo en que la gente se miraba a la cara en los vagones de metro. Y en que ciertas cosas que hoy son tan corrientes como cortarse las uñas no pasaban del mundo de los sueños. Pagar con el teléfono sin llevar un euro encima, comunicarse con la otra punta del mundo gratis, comprar en el súper desde el ordenador de casa, viajar en un taxi sin licencia a mitad de tarifa o volar en avión a precios irrisorios no se consideraban ni como hipótesis.
Estos actos nos facilitan la vida, además de ahorrarnos un buen pico. Y el que esté dispuesto a renunciar a ellos, que saque el smartphone del bolsillo y lo arroje al retrete. Pero como casi siempre, la cara B no suele sonar tan bien. La llamada transformación digital, que parece se llevará todo lo que huela a humano por delante, supone para las empresas asentarse en un nuevo modelo de negocio con una ecuación clara: aumento de la facturación a través de la disminución de plantilla. Menos es más.
Bancos; compañías textiles, papeleras, envasadoras, ganaderas, de automoción, logísticas, hoteleras, medios de comunicación... El digital first abre un horizonte, cuanto menos, incierto. De hecho, los grandes gurús en Recursos Humanos afirman que el 80% de los jóvenes de hoy trabajará mañana en empleos que aún no existen. Es decir: fórmate a ciegas con la conciencia tranquila, porque todo el tiempo y esfuerzo que inviertas en tu futuro puede que no sirva absolutamente para nada.
Mientras tanto, nuestros gobernantes salen al paso buscando nuevos acuerdos comerciales en cualquier parte del mundo, que nos facilitarán, por ejemplo, comer carne transgénica por un módico precio. Un avance más que te permitirá sustituir ese filete mohoso de la nevera por otro con buen aspecto que te acompañará durante semanas.
Cuando la recesión económica (que dicen los técnicos) aún no se ha ido, se otea otro meneo considerable. Todo serán facilidades, pero sin importar quién quede en el camino. Al ritmo que vamos, la crisis será haber nacido.
Estos actos nos facilitan la vida, además de ahorrarnos un buen pico. Y el que esté dispuesto a renunciar a ellos, que saque el smartphone del bolsillo y lo arroje al retrete. Pero como casi siempre, la cara B no suele sonar tan bien. La llamada transformación digital, que parece se llevará todo lo que huela a humano por delante, supone para las empresas asentarse en un nuevo modelo de negocio con una ecuación clara: aumento de la facturación a través de la disminución de plantilla. Menos es más.
Bancos; compañías textiles, papeleras, envasadoras, ganaderas, de automoción, logísticas, hoteleras, medios de comunicación... El digital first abre un horizonte, cuanto menos, incierto. De hecho, los grandes gurús en Recursos Humanos afirman que el 80% de los jóvenes de hoy trabajará mañana en empleos que aún no existen. Es decir: fórmate a ciegas con la conciencia tranquila, porque todo el tiempo y esfuerzo que inviertas en tu futuro puede que no sirva absolutamente para nada.
Mientras tanto, nuestros gobernantes salen al paso buscando nuevos acuerdos comerciales en cualquier parte del mundo, que nos facilitarán, por ejemplo, comer carne transgénica por un módico precio. Un avance más que te permitirá sustituir ese filete mohoso de la nevera por otro con buen aspecto que te acompañará durante semanas.
Cuando la recesión económica (que dicen los técnicos) aún no se ha ido, se otea otro meneo considerable. Todo serán facilidades, pero sin importar quién quede en el camino. Al ritmo que vamos, la crisis será haber nacido.
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