Estos tiempos nuestros parecen impregnados por una constante indefinición vital. El futuro se escribe prácticamente cada hora, con cambios sustanciales que modifican lo planificado una y otra vez, como un mal guion de cine. El enunciado de Heisenberg, reservado a la física cuántica, lo ratificamos a diario desde que abrimos los ojos.
Al final, uno acaba definido por sus amigos, sus ex novias y sus empleos. Los primeros se pierden al convertirse en desconocidos, las segundas escapan cuando te conocen y los últimos te queman sin obtener ningún reconocimiento a cambio. Y esas tres variables sólo devuelven una única certeza: tarde o temprano, se evaporarán como si jamás hubieran existido.
Al final, uno acaba definido por sus amigos, sus ex novias y sus empleos. Los primeros se pierden al convertirse en desconocidos, las segundas escapan cuando te conocen y los últimos te queman sin obtener ningún reconocimiento a cambio. Y esas tres variables sólo devuelven una única certeza: tarde o temprano, se evaporarán como si jamás hubieran existido.
Algo que debería resultar sencillo, como es concertar una simple cita con nuestros seres queridos, se vuelve una misión imposible. ¿Quién no tiene pendiente aún esas cervezas con aquel amigo desde hace meses? La facilidad de comunicarse vía móvil da también paso a las cancelaciones de última hora, un convencionalismo social tan aceptado ya como el de ceder el asiento a una anciana en el autobús.
Las cosas no tienen un cariz más estable en las relaciones sentimentales. Hace décadas, los mismos ojos que intuías detrás del velo eran aquellos que te lloraban junto a tu mortaja. Hoy, permanecer seis meses continuados con la misma pareja tendría que convalidarse por un título de experto matrimonial. Por no hablar de ser padre, toda una heroicidad sólo al alcance de unos pocos
En lo laboral, la amenaza del paro siempre sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Hacer números a, pongamos, 20 años vista se transforma en una osadía equiparable a la conquista del espacio a bordo de un globo aerostático. Pedir una hipoteca con la pretensión de pagarla resulta tan temerario como creer en la palabra de un político.
No sabemos qué suelo pisaremos mañana, quién dormirá a nuestro lado o cómo nos llevaremos el pan a la boca. Sólo manejamos simples esbozos, trazos gruesos que no sirven para dibujar una estampa identificable, quedando condenados a vivir en un perpetuo día a día.
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