Confieso (porque a día de hoy suena a pecado) que hasta hace
poco tiempo no tenía cuenta en Twitter. En mi caso, la falta es capital: ya
saben, aquel mantra que reza algo así como que un periodista que se precie de serlo tiene que estar en
Twitter. Cuando empecé a estudiar esta carrera (perdón:
oficio/profesión/religión, para los puristas), esta red social no existía.
Y ahora parece que la estrategia de los grandes medios (y no tan grandes) gira
en torno al pajarito azul.
Según tengo entendido, Twitter es una herramienta informativa muy valiosa. Por el escaso tiempo que llevo utilizándola, puedo decir que estoy de acuerdo. Eso sí, siempre y cuando el usuario sea capaz de procesar unos 50 tuits por minuto. Es decir: si permanece encadenado a su móvil (y la batería de éste a la red eléctrica), puede considerarse bien informado. Con lo que pasamos de la tecnología móvil al ciudadano fijo (fijado a un teléfono móvil).
Otra particularidad de este “servicio de microblogging”, como lo define Wikipedia, es su reflejo de la sociedad. Cuenta con todos los alicientes de un patio de vecinos: cotilleos, insultos, peloteos, mentiras y envidias. Algunos han perdido el empleo en 140 caracteres. Y otros han recibido la visita de la policía por este motivo.
La relación de seguidores (followers, en este argot tuitero) es el Santo Grial que todos persiguen. Una lista que fluctúa como la prima de riesgo y que, según los gurús del tema, lo hace en relación directamente proporcional al interés de lo que tengas que decir. Junto a esto, hay tuits patrocinados. Esto es: gente que paga a Twitter (o a otros usuarios) para que sus comentarios tengan mayor visibilidad.
La relación de seguidores (followers, en este argot tuitero) es el Santo Grial que todos persiguen. Una lista que fluctúa como la prima de riesgo y que, según los gurús del tema, lo hace en relación directamente proporcional al interés de lo que tengas que decir. Junto a esto, hay tuits patrocinados. Esto es: gente que paga a Twitter (o a otros usuarios) para que sus comentarios tengan mayor visibilidad.
En las entrevistas de trabajo, y como un requisito más, algunas empresas ya han comenzado a fijarse en el número de seguidores en Twitter de los demandantes de empleo. Así, cuantos más tenga el candidato en cuestión, más apto resulta, dicen. No sé cómo serán los casos de los que suman miles de seguidores. En el mío, mientras escribo estas líneas,
cuento 159: la mayoría son compañeros de trabajo, amigos y
familiares, por este orden. El resto van desde compañías telefónicas a empresas
de transporte, pasando por discotecas, señores que intentan venderme algo y algún perfil
que ofrece fotos de mujeres ligeras de ropa.
No me considero un ludita ni un
nostálgico de la grabadora de cinta. Y tampoco pretendo contradecir
a más de 500 millones de personas. Ni siquiera tengo intención de cancelar mi perfil en este servicio. Pero algo chirría cuando tu cuenta corriente puede depender del número de followers de tu cuenta de Twitter. Y menos coherente resulta conceder que el futuro de
los medios de comunicación, y de la sociedad en su conjunto, se encuentra en
manos de una compañía privada.
Por cierto: por lo que pueda pasar, no olviden seguirme en @jota_exposito