sábado, 15 de diciembre de 2018

Si España fuera

Si España fuera una aldea en la que vivieran 10 habitantes, 5 serían mujeres y 5 hombres. Respecto a su nacionalidad, 9 serían ciudadanos españoles y 1 extranjero. Aproximadamente 2 tendrían menos de 18 años, prácticamente el mismo número que aquellos con 65 o más años. La edad de los 6 restantes estaría comprendida entre los 18 y los 64.

Si España fuera una aldea en la que vivieran 10 habitantes, 5 formarían parte de la población activa, estando en edad y en condiciones de encontrar un trabajo. De ellos, 4 dispondrían de un empleo, mientras que 1 se encontrarían en paro. Las otras 5 personas formarían parte de la población inactiva, siendo 2 de ellas pensionistas y 2 estudiantes. 

De las 4 personas con empleo, 2 contarían con un horario inferior a las 40 horas semanales, cosa que sí tendrían las otras 2 personas ocupadas. De este póquer de trabajadores, 3 estarían empleados en el sector servicios. Y del total de empleados, 3 serían asalariados, mientras que uno de ellos trabajaría por cuenta propia.

Si España fuera una aldea en la que vivieran 10 habitantes, el salario mediano de los 4 empleados se situaría en 19.433 euros. Los 2 hombres con trabajo cobrarían un 28,5% más que sus 2 colegas mujeres. En cuanto a los 2 jubilados, la pensión más cobrada por el único hombre se situaría entre los 600 y los 650 euros; en el caso de la mujer, se colocaría alrededor de un 33,3% por debajo de esa cifra.

Si España fuera una aldea en la que vivieran 10 habitantes, 4 estarían casados, 3 serían solteros, 1 viudo y 1 separado o divorciado (el décimo residente en la aldea tendría menos de 16 años). 8 de ellos residirían en una vivienda en propiedad, mientras que los otros 2 tendrían su domicilio en un inmueble de alquiler. Al menos 4 vivirían en grandes ciudades (más de 100.000 habitantes), mientras que 2 lo harían en pueblos (hasta 10.000 habitantes) y el resto en municipios de entre 10.000 y 100.000 personas.

Si España fuera una aldea en la que vivieran 10 habitantes, de entre los mayores de 25 años (aproximadamente, 8 de los 10 paisanos), 3 tendrían finalizada la educación infantil o la primaria, pero no habrían concluido la secundaria; 2 sí habrían finalizado la secundaria y 3 contarían con estudios universitarios.

Si España fuera una aldea en la que vivieran 10 habitantes, de los 8 llamados a las urnas en las Elecciones Generales, 2 no ejercerían su derecho al voto. Entre los que sí optaran por elegir a sus representantes, 3 votarían al PP, 2 se decantarían por el PSOE, 2 confiarían en Unidos Podemos y 1 apoyaría a Ciudadanos.


* Fuentes empleadas:

sábado, 1 de diciembre de 2018

El milagro del dormir

Dormir es posiblemente la no-actividad que mayor placer aporta. Nos permite, como si fuéramos máquinas, desconectar de este mundo donde todo lo que no trae aparejado un sesgo de productividad es despreciado. Es una forma de penetrar en un espacio inmaterial, escondido en algún lugar de la mente, en el que podemos viajar a miles de kilómetros sin salir de la cama, conquistar todos nuestros anhelos y comunicarnos, incluso, con las personas que nos dejaron.

En el dormir se halla una belleza infinita. Hay encanto en los rostros que han sido atrapados por la fuerza del sueño, como hay atractivo en el mito de Morfeo. Hasta en la propia definición que usa la RAE para definir el concepto: "Hallarse en el estado de reposo que consiste en la inacción o suspensión de los sentidos y de todo movimiento voluntario".

Claro que a veces los sueños se transforman en pesadillas, donde se aprecian con nitidez los temores propios de las formas más desgarradoras. El dolor, el miedo o la desesperación se sienten vívidas, tan reales como las del tiempo consciente. Pero la ventaja del sueño es que, al despertar, todas esas emociones quedan en el subconsciente más profundo. Y, pese a ello, tal es su intensidad que nos alertan de cara a la vida que llaman real. 

El dormir es justo: no entiende de clases sociales ni de hombres virtuosos o malvados. Ya duerme el mendigo en el banco a la intemperie, ya lo hace el banquero en sábanas de satén. Si cada uno, antes y después del sueño, experimenta su dicotómica realidad, esos instantes donde permanecen en estado de letargo son los únicos donde su libertad se equipara.   

Aunque el dormir es ecuánime, no todos tienen la misma facilidad para concederse esa tregua. Ya sea por estados de estrés o ansiedad, obligaciones laborales o conciudadanos irresponsables, miles de personas padecen de insomnio: un mal que destruye, por atentar contra una de las mayores necesidades fisiológicas. La ley castiga al que roba o mata; en cambio, no es tan implacable con quien aniquila la calma ajena.

La noche es el elemento natural para el sueño, pero los momentos posteriores (o, por qué no, anteriores) a la comida ofrecen un descanso casi tan reparador como el nocturno. Descabezar una siesta una tarde corriente dominical, en esas horas en que el mundo se detiene, es una forma de reconciliarse con uno mismo. Una manera de acunarse ya de adulto, mientras la puesta de sol va encendido las farolas y aproxima la noche eterna.