martes, 1 de mayo de 2018

Cartas

¿Recuerda la última vez que redactó una carta? Haga un esfuerzo. Quizás fuera a su ser amado de adolescencia, cuando en cada trazo dejaba un suspiro y en cada adjetivo condensaba un sentimiento. O quizás fuera un momento más prosaico, como la participación en un concurso, una carta al director de un diario o un Chrismas de Navidad.  

Cuando leemos un libro en cuya trama aparece una misiva, detectamos de forma automática que la obra no se editó en este siglo. La cuestión adquiere dramatismo en las nuevas generaciones, para quienes el papel como medio de correspondencia se identifica con épocas propias de los manuales de Historia: pueden asumir que Julio César, Carlos V o Napoleón utilizaran este soporte, pero no que lo hicieran sus padres.    

La víctima silenciosa de esta era de las máquinas ha sido la carta. Sin protestar, ha visto cómo el correo electrónico se ha convertido en la forma predilecta para comunicarse. La instantaneidad que ofrece lo convierte en un rival imbatible en esta época donde parece sobrar todo menos el tiempo. Un Ctrl+Z sustituye la redacción de varios borradores, el esfuerzo por una caligrafía legible, la compra de un sobre y un sello en el estanco más cercano y la búsqueda de un buzón. La paciencia ya no se lleva.

Pero estamos ante una forma de comunicación tan respetable que, incluso, ha dado nombre a un género narrativo: la literatura epistolar. Ha servido para bautizar obras ya clásicas de autores dispares, como Cartas desde mi celda, de Gustavo Adolfo Bécquer, Cartas a su madre, de Antoine Saint-Exupéry, o Carta al padre, de Franz Kafka. Y ha titulado canciones convertidas en himnos, como La Carta, de Héroes del Silencio, o Cartas amarillas, de Nino Bravo. 

Bastante antes de que llegara el e-mail, el mal llamado cartero comercial (lo que hoy vendría a ser un correo spam personificado) comenzó el desprestigio de una profesión notable, quebrantando la siesta sin miramientos con un prolongado timbrazo al telefonillo. (Nota: Confieso que en mi época de estudiante tomé parte de este ejército de propagandistas; espero que algún día pueda perdonármelo una familia con tres carteros de carrera).

Como en tantas otras cuestiones, más que los avatares de la vida son los gestores de lo público quienes más se esfuerzan por acabar con aquello que no deberían. En este caso, se trata de un servicio con más de tres siglos de presencia en España. La situación es tal que, en el último lustro, Correos ha visto menguar su plantilla en más de 9.000 empleados, el 15,5% del total. 

Cada noche, a la vuelta del trabajo, muchos conservamos una manía heredada de nuestros antepasados, cuasi biológica: abrir el buzón, esperando hallar una carta manuscrita. Sin embargo, en estos días, ya ni recibos se encuentran. Junto al polvo instalado en el compartimento postal, sólo asoman panfletos de restaurantes chinos, folletos de inmobiliarias o extractos de puntos de tarjetas promocionales. Ni rastro de la más mínima presencia humana.

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