Encerrarse en el aseo es el supremo acto de intimidad. Darse una tregua en ese pequeño habitáculo, ajeno a las miradas del mundo, es quizás el mayor menester humano. Ya sea para cumplir las necesidades fisiológicas, lavarse o, simplemente, escapar de la sociedad a un lugar que no puede ser violentado. Como esas capillas donde los prófugos de la justicia encontraban cobijo en mitad del camino.
La grandeza de este espacio queda patente en la gran cantidad de calificativos que dedica el léxico para designarlo: baño, aseo, váter, retrete, excusado, tocador, lavabo, servicio, inodoro, urinario, evacuatorio, tigre... Y si en cuanto a su denominación acapara multitud de sinónimos, la tipología que ofrece es aún mayor, aunque no todos del mismo gusto.
En algunos países, como Rusia, suelen dividir las diversas funcionalidades que ofrece en dos estancias diferenciadas del hogar: por un lado, el trono, y por otro, la ducha y el lavabo. De esta forma práctica, no existen dudas sobre qué se dispone a hacer el sujeto una vez accede a cada una de las habitaciones quebrando, en parte, su cuota de privacidad.
Los baños públicos son algo más que el lugar donde desahogarse. Centros para practicar sexo, realizar llamadas telefónicas, consumir drogas, huir de algún personaje indeseable o, simplemente, dejar correr el tiempo deleitándose con la rica prosa castellana impresa en el interior de la puerta... hasta que el paisano de turno la aporrea desde fuera con insistencia.
La cultura va de la mano del retrete; así, un paseo por los inodoros de los bares españoles resulta, además de un ejercicio de valentía, todo un tratado de arquitectura. Desde el ya clásico agujero en el suelo con un apéndice de goma a modo de cisterna hasta las letrinas tamaño maxi o mini, pasando por aquellos servicios que disponen de lavabo junto al retrete. Un canto al art decó de los recintos íntimos.
El inodoro favorece los Derechos Humanos. La creciente apuesta por los baños mixtos es una suerte de igualdad de género que evita las, en ocasiones, inevitables incursiones de las adolescentes (y no tanto) a los aseos de sus coetáneos varones en las discotecas para eludir la larga espera en su territorio. Incluso, es un arcaico generador de empleo, como el de limpiaculos real, figura instaurada por Enrique VIII allá por el siglo XVI.
En la gran mayoría de baños (aquí no hay distingo por países ni clases sociales), casi siempre se echa de menos a una invitada: la limpieza. En la época universitaria, como antaño en la cuartelaria, se tiende a pensar que jamás se hallarán recintos más sucios donde aliviar necesidades. Pero la situación de los urinarios en determinados centros de trabajo (desde las casetas de obra hasta los instalados en las grandes empresas del Ibex) confirman que el estado puerquil no es, ni mucho menos, exclusivo del estudiante, sino que se extiende a todas las etapas de la evolución.
La grandeza de este espacio queda patente en la gran cantidad de calificativos que dedica el léxico para designarlo: baño, aseo, váter, retrete, excusado, tocador, lavabo, servicio, inodoro, urinario, evacuatorio, tigre... Y si en cuanto a su denominación acapara multitud de sinónimos, la tipología que ofrece es aún mayor, aunque no todos del mismo gusto.
En algunos países, como Rusia, suelen dividir las diversas funcionalidades que ofrece en dos estancias diferenciadas del hogar: por un lado, el trono, y por otro, la ducha y el lavabo. De esta forma práctica, no existen dudas sobre qué se dispone a hacer el sujeto una vez accede a cada una de las habitaciones quebrando, en parte, su cuota de privacidad.
Los baños públicos son algo más que el lugar donde desahogarse. Centros para practicar sexo, realizar llamadas telefónicas, consumir drogas, huir de algún personaje indeseable o, simplemente, dejar correr el tiempo deleitándose con la rica prosa castellana impresa en el interior de la puerta... hasta que el paisano de turno la aporrea desde fuera con insistencia.
La cultura va de la mano del retrete; así, un paseo por los inodoros de los bares españoles resulta, además de un ejercicio de valentía, todo un tratado de arquitectura. Desde el ya clásico agujero en el suelo con un apéndice de goma a modo de cisterna hasta las letrinas tamaño maxi o mini, pasando por aquellos servicios que disponen de lavabo junto al retrete. Un canto al art decó de los recintos íntimos.
El inodoro favorece los Derechos Humanos. La creciente apuesta por los baños mixtos es una suerte de igualdad de género que evita las, en ocasiones, inevitables incursiones de las adolescentes (y no tanto) a los aseos de sus coetáneos varones en las discotecas para eludir la larga espera en su territorio. Incluso, es un arcaico generador de empleo, como el de limpiaculos real, figura instaurada por Enrique VIII allá por el siglo XVI.
En la gran mayoría de baños (aquí no hay distingo por países ni clases sociales), casi siempre se echa de menos a una invitada: la limpieza. En la época universitaria, como antaño en la cuartelaria, se tiende a pensar que jamás se hallarán recintos más sucios donde aliviar necesidades. Pero la situación de los urinarios en determinados centros de trabajo (desde las casetas de obra hasta los instalados en las grandes empresas del Ibex) confirman que el estado puerquil no es, ni mucho menos, exclusivo del estudiante, sino que se extiende a todas las etapas de la evolución.