miércoles, 1 de marzo de 2017

Huella digital

El mundo es visual. Las imágenes inundan la realidad que percibimos. Información, publicidad, relaciones sociales. Todo se resume en fotografías, vídeos, gráficos, logotipos... No es extraño que en las redacciones de los principales medios, los editores supediten por imperativo la información a las imágenes ("da igual que no tenga nada que ver con el texto, la foto es bonita"). En las aulas, la educación entra por los ojos (¿y si hacemos pantallazos de las páginas de los libros?). Y en las relaciones, una fisonomía que no siga el canon de belleza echa por tierra cualquier otra virtud espiritual.

Las redes sociales basan buena parte de su éxito en encajar dentro de ese juego de imágenes. Además de servir para dar rienda suelta a los desahogos humanos (la tristeza por la pérdida de un amor, la alegría por un regalo inesperado o el enfado por una putada recibida), la posibilidad de compartir imágenes añade un valor insustituible (¿qué sería de Facebook sin fotografías?). 

Entre los aficionados a abrir las puertas de su vida privada en internet, abundan quienes comparten la emoción de ser padres. Un acto tan loable como peligroso: esos niños que nacen para la sociedad digital desde que salen del vientre analógico quedan en manos de ceros y unos sin alma. Desde depravados a estafadores, el peligro es real para los más débiles. Su única defensa sólo podría llegar en el futuro, con una denuncia a sus propios progenitores por colgar fotos en internet sin su consentimiento.

Lo más grave de la presencia en la red es que se rebela contra la realidad. Somos lo que Google dice que somos. De hecho, en caso de colisión entre la realidad y la virtualidad, siempre primará la segunda. Y la huella digital permanece prácticamente indeleble. Como si cada vez que entramos en un bar nos proyectaran un vídeo con la primera borrachera en el instituto.

Este fenómeno resulta especialmente contraproducente en manos del departamento de Recursos Humanos de cualquier empresa. Las redes sociales siempre podrán ser utilizadas en tu contra en una entrevista de trabajo. Y el mercado laboral ya tiene suficientes armas para expulsarte como para aportarle más.

Algunos intentan una desconexión digital (en forma de borrado de cuentas) para salir de esta espiral binaria. Otros siguen una estrategia de exhibicionismo relativo para frenar sus efectos. Pero todos estamos expuestos a la tiranía de la imagen en la versión 3.0 de nuestra existencia. Respondemos así a la pregunta del viejo Marty McFly: sí, amigo, en el futuro nos volvimos definitivamente gilipollas. 

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