jueves, 15 de diciembre de 2016

Cafres sobre ruedas

– ¡Hijo de puta!

Claro, conciso, directo. Por su apariencia, se ve que ha vivido mucho. Sin embargo, superar los 70 de largo no evita que ciertas cosas quiebren su paciencia cincelada a base de años. Como contemplar esa ecuación que siempre repite el mismo resultado: semáforo en ámbar, paso de cebra y peatón a la vista acaban en un inexorable acelerón del vehículo de turno.

Ocurrió hace una semana en Madrid, pero el caso del hombre que pronunció estas palabras se repite a diario en las calles de cualquier ciudad del mundo. La llamada transformación digital dicen que ha cambiado muchas cosas, aunque no ha evitado algo: la desconsideración absoluta hacia la parte más indefensa de la seguridad vial.

Sumo 12 años de carné y 11 desde la última vez que me puse al volante de un coche. No se trata de torpeza (teórico y práctico a la primera) y quiero pensar que es cuestión de ahorrar recursos y cuidar del medio ambiente. Pero, en el fondo, siento que hay algo más: una repulsa freudiana que me imposibilita sumarme a ese club.

Tengo amigos y familiares, a quienes quiero y admiro, que son conductores habituales. Por desgracia, estoy convencido de que hasta ellos, en alguna ocasión, se han arrancado la capa externa de piel para dejar salir a ese monstruo interior del asfalto, como aquellos visitantes de V

Y no es sólo que muchos ignoren por completo los pasos de cebra, al igual que un futbolista la declaración de la renta. Lo más indignante es que, como si se tratara de un salvoconducto, levanten la mano, mirando al frente, para saltarse con total impunidad la señal que les obliga a ceder el tránsito a los viandantes. Seguro que quienes lo hacen acaban sus interpelaciones rutinarias con un "campeón" o "amigo". 

La cosa tendría hasta gracia si no se produjeran miles de accidentes por esta razón. El año pasado,14.522 peatones fueron víctimas de atropello, según la Dirección General de Tráfico. Una cifra que se ha incrementado desde 2012 casi un 40%. Sólo en 2015, 367 murieron asesinados por una máquina en la que se encontraba un cafre a los mandos. Prácticamente, un muerto por cada día del año.

No sacrificar dos minutos de espera en un semáforo puede costar la vida de un ser humano. Aunque eso, en un país donde ciertas personalidades siguen manteniendo su carrera a buen recaudo, parece demasiado coherente como para comprenderse.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Higiene mental

Feli barre los egos caídos en la moqueta. Y eso, en un lugar como una redacción, da muchísimo trabajo. Durante horas, recorre kilómetros en un circuito de pasillos trillados. Sube y baja peldaños por las tripas de un edificio inteligente. Vacía de forma mecánica unas papeleras que se reproducen por esporas. Recoge centenares de colillas no embocadas en los ceniceros. E intenta poner orden en los baños que algunos cerdos con pantalones convierten en cuadras.

El salario medio de un empleado de limpieza ronda los 11.000 euros anuales. Por eso no es extraño que, como Feli, muchas profesionales se vean obligadas a desarrollar su labor en varias empresas en turnos dobles. Algo que desde el Estado se penaliza: contar con dos pagadores obliga a presentar declaración de la renta.

Ante esta realidad, la primera respuesta de la mente burguesa es automática: "Haber estudiao". Una afirmación que, además de despreciable, resulta totalmente estúpida, vista la suerte de los jóvenes españoles durante los últimos años.

Otro segmento vituperado es el de los barrenderos. Pese a que cuentan con un sueldo sensiblemente mayor al de sus colegas, no son pocos quienes les tachan de vagos y critican sus huelgas con dureza. Antes de entrar en una redacción, tuve la ocasión de pasar unos meses con un cepillo de raíces en las manos. Además de comprobar que uno puede encontrar más desechos en pasillos enmoquetados que entre bolsas de basura, escuché un lenguaje esclavista: el que fuera mi jefe se denominaba, oficialmente, capataz. Un concepto que me retrotraía a las plantaciones de algodón de la América del siglo XVIII.

En esta escala de marginalidad dentro de los trabajadores de limpieza, el personal del hogar es, posiblemente, el más desfavorecido: la ausencia de contrato es la norma en este gremio. Como en tantos otros ámbitos de la vida, ellas reciben la peor parte; así, este sector en España está sostenido por mujeres en el 95% de los casos. 

El pasado octubre se celebró el primer congreso sobre Empleo de Hogar y Cuidados. Una buena oportunidad para que los trabajadores puedan organizarse y ganar en derechos. Pero su lucha contra los empleadores que intentan abusar de ellos no tendrá ninguna fuerza mientras que, desde el resto de la sociedad, se les mire con una soberbia propia del Antiguo Régimen.