viernes, 15 de abril de 2016

Principio de incertidumbre

Estos tiempos nuestros parecen impregnados por una constante indefinición vital. El futuro se escribe prácticamente cada hora, con cambios sustanciales que modifican lo planificado una y otra vez, como un mal guion de cine. El enunciado de Heisenberg, reservado a la física cuántica, lo ratificamos a diario desde que abrimos los ojos.

Al final, uno acaba definido por sus amigos, sus ex novias y sus empleos. Los primeros se pierden al convertirse en desconocidos, las segundas escapan cuando te conocen y los últimos te queman sin obtener ningún reconocimiento a cambio. Y esas tres variables sólo devuelven una única certeza: tarde o temprano, se evaporarán como si jamás hubieran existido.

Algo que debería resultar sencillo, como es concertar una simple cita con nuestros seres queridos, se vuelve una misión imposible. ¿Quién no tiene pendiente aún esas cervezas con aquel amigo desde hace meses? La facilidad de comunicarse vía móvil da también paso a las cancelaciones de última hora, un convencionalismo social tan aceptado ya como el de ceder el asiento a una anciana en el autobús.

Las cosas no tienen un cariz más estable en las relaciones sentimentales. Hace décadas, los mismos ojos que intuías detrás del velo eran aquellos que te lloraban junto a tu mortaja. Hoy, permanecer seis meses continuados con la misma pareja tendría que convalidarse por un título de experto matrimonial. Por no hablar de ser padre, toda una heroicidad sólo al alcance de unos pocos incautos valientes.

En lo laboral, la amenaza del paro siempre sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Hacer números a, pongamos, 20 años vista se transforma en una osadía equiparable a la conquista del espacio a bordo de un globo aerostático. Pedir una hipoteca con la pretensión de pagarla resulta tan temerario como creer en la palabra de un político.

No sabemos qué suelo pisaremos mañana, quién dormirá a nuestro lado o cómo nos llevaremos el pan a la boca. Sólo manejamos simples esbozos, trazos gruesos que no sirven para dibujar una estampa identificable, quedando condenados a vivir en un perpetuo día a día

viernes, 1 de abril de 2016

De bodas

Tengo tres invitaciones de boda para lo que resta de año (de la cuarta y el funeral aún estoy pendiente). Pese a esto, parece que en España hemos dejado de casarnos. Lejos quedan los 271.347 enlaces celebrados en 1975, según el INE. Antes de que llegara la desaceleración económica uniformemente acelerada (perdón, crisis), en 2007 se casaron 201.579 parejas. A partir de ese año, el dato siempre ha estado por debajo de las 200.000. 

Va a ser cierto eso de que cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventanaDe hecho, en 2013 llegó el drama, cuando se dieron el sí, quiero menos que nunca: 153.375 parejas. Y los pocos que aún se acercan a los juzgados y los altares, lo hacen más viejos. En 2007, por ejemplo, ellos se casaron, de media, con 29 años y ellas con 28. En 2014, ellos se pusieron la alianza con 32 y ellas con 30.

Las bodas, como todo en esta vida, son cuestión de gustos. Algunos las definen como la demostración de amor más bonita; otros, prefieren el más castizo "te casaste, la cagaste". Según ese oráculo moderno que es Google, las bodas son (en sus tres primeras búsquedas): "un negocio", "tradiciones" y "horteras". En lo que sí hay mayor consenso es en que la protagonista va de blanco y al lado lleva a un señor de negro con el que al final se besa. Para el resto de invitados, el color va entre el rosa pastel y el marrón de la pasta que se dejan.

Y hasta en eso han cambiado las cosas. Antes, el clásico sobre no podía faltar en el momento en que el padrino repartía los puros. (Nota: mis padres cuentan cómo en su boda se encontraron varios sobres vacíos, y es que la sinvergonzonería del mundo nunca cambiará). Ahora, algunas invitaciones vienen con un número de cuenta bancaria, para que no haya dudas. Y por supuesto ya no se puede fumar en la mesa, no vaya a ser que a la abuela le entre tos.

Lo que permanece es el negocio que supone para los que rodean a los tórtolos. Según un estudio de 2012, el coste medio del enlace es de 23.262,34 euros (más caro por la Iglesia, por aquello de roncar como un sochantre, imagino). Al año, las bodas mueven 3.615,7 millones de euros (un 0,34% del PIB de 2011). Los gastos de hostelería (57,8% del pastel), viajes de novios (12,39%) y listas de bodas (5,59%) son los que más consumen. Y la boda tipo se programa en la segunda mitad del año (81% del total); se celebra en hoteles, salones o restaurantes (53%); tiene entre 100 y 200 invitados (57%) y un precio por cubierto de entre 100 y 150 euros (50%).

Entre tanta cifra, algo de amor quedará para los cónyuges. Al menos, antes de que la SGAE irrumpa en el baile nupcial factura en mano a demandarles 129,04 euros (incrementables en 0,5166 euros a partir de 76 invitados) por usar música. Al final, acabarán cobrándonos por cantar a capela el Paquito el chocolatero.

Y que vivan los novios.