martes, 1 de marzo de 2016

Silencio

Hay gente que maltrata el silencio. Lo perciben como un enemigo. Sufren ante él. Les da pánico. Consecuencia: intentan abatirlo a base de palabras huecas. El estado del tiempo, el último partido del Madrid, lo cara que está la vida... Cualquier tema de conversación es válido para ahuyentar ese fantasma invisible que atrona en su mente. 

Conozco a personas capaces de disparar quinientas palabras por segundo con tal de huir del silencio. Golpean tan duro que, cuando callan, no recuerdas nada de tu vida anterior a sus palabras. Te acorralan en un círculo de sentencias sin más sentido que su pavor a escuchar el ruido del Universo. Son capaces de afirmar y negar en una misma frase la existencia del demonio. O la paternidad de sus hijos.

Esas palabras, paradojas, están más vacías que el silencio del que pretenden escapar. Para dar más énfasis a su discurso (lo llamaremos así en un acto de generosidad), suelen acompañarlo con gritos. Para que todos sean conscientes de que están allí, ellos, valerosos guerreros del ejército contra el silencio.  

Dicen que hay silencios incómodos. Quienes así los llaman, no piensan en la incomodidad de sus palabras. Me imagino a esas personas en sus casas, solas, hablando delante del espejo, charlando con sus zapatos, dando réplica a los tertulianos televisivos o indagando sobre el estado de salud de su retrete.

Es más fácil matar al silencio que valorarlo. Clasificarlo, enjaularlo, ponerle un corsé para que no respire. Quienes lo hacen, cuentan con la ventaja de que su enemigo no usará sus mismas armas. No mutará su estado para declarar sus intenciones. Y es que un silencio que necesita de explicación tiene el mismo sentido que un chiste que debe ser aclarado

Igual que se encarcela a los asesinos, ciertas gentes deberían ser condenadas a penas de silencio. Delito: aburrir sin medida. Pena: doscientas tardes de silencio. Sin recurso posible. El Medio Ambiente agradecería esta rebaja de la contaminación acústica. El resto de la humanidad lloraría emocionada ante el corte del suministro de estupideces. En silencio. 

Y bueno, ya me callo. 

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