Una de las formas de ocio preferida de los españoles es
visitar los centros comerciales. Diez salas de cine, una veintena de restaurantes
y medio centenar de tiendas para alcanzar la felicidad. A mediados de este año, según la Asociación Española de Centros y Parques Comerciales, había en este país 546 centros comerciales; de ellos, 226 se han creado desde el año 2000. Y hasta 2017, se construirán otros 20. En su conjunto, los ya existentes ocupan una superficie de unos 15,5 kilómetros cuadrados. Más que la ciudad de Cádiz (12,10 kilómetros cuadrados) o Melilla (12,3).
Hace unos días, regresé después de mucho tiempo a La Gavia, "el mayor centro comercial de la ciudad de Madrid", como se suele vender (otro duro golpe a la fama de mi antiguo barrio). Para los alérgicos a las compras como yo resulta más sencillo encontrar todos los comercios agrupados, para así poder huir cuanto antes. Mi visita a una conocida tienda de muebles y decoración sueca (sí, chico listo: era Ikea) me devolvió las ganas de no volver por un tiempo.
Fui pasadas las tres de la tarde, pensando que a esas horas la gente se dispondría felizmente a dormir su siesta. Iluso de mí, comprobé que la mitad se encontraba en el restaurante insertado en esa tienda, mientras el resto hacía la digestión viendo dormitorios y estanterías. Con un itinerario marcado, riadas de gente se dejaban arrastrar con sus carros como los peces muertos por la corriente. Algunas criaturas bajitas se interponían en el camino para convertirlo en una carrera de obstáculos. Y personas que en otra vida juraron quererse discutían por el color de los cojines. Agarré una funda de nórdico con nombre de delantero del Göteborg y me largué.
Durante 2014, estos centros recibieron 1.803 millones de visitas. Es decir: 1.803 millones de tardes perdidas en estos templos del consumo. En número de personas, La Gavia multiplica por seis los visitantes del Museo del Prado: 15 millones de seres racionales deciden pasar por el centro comercial y 2,5 millones asistir a la pinacoteca.
Para algunos, acudir a estos emporios es una forma de viajar. Allí encuentras franceses, chinos,
árabes... todos con sus bolsas azules y amarillas. Sin necesidad de visado,
viajando en metro o con su propio coche. Los niños ahogan su infancia en las piscinas de bolas de las hamburgueserías; las parejas otean el futuro de su relación en las colas de los cines y los jubilados agotan sus últimas horas mirando el escote a la cajera. Felicidad, lo llaman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario