domingo, 1 de enero de 2017

Fauna de gimnasio

"El 1 de enero me apunto al gimnasio". Empezar las fiestas y escuchar esta frase son todo uno. Eso sí: las personas que lo afirman con esa contundencia suelen tener la misma credibilidad que un político en campaña electoral. Y, al igual que de elecciones durante el pasado año, el país va sobrado de este tipo de personas.

Aún así, para aquellos valientes que decidan despegar sus posaderas del sofá y acercarse a la sala más cercana, aquí va un pequeño manual de consulta sobre las cuatro especies más peligrosas que encontrarán en su nuevo ecosistema. Aviso: para algunos de ellos, como en los casos de ciertas mordeduras viperinas, no existe antídoto. Simplemente, huyan.

- Estreñido estentóreo: Es fácil de identificar. Cuando levanta peso, el mundo entero se detiene a contemplarle. No tanto por su proeza física, sino por el hecho de que acompase cada elevación de mancuerna con sonoros gritos quejumbrosos. Sí, como en esos días en los que acabar la faena en el baño cuesta algo más de la cuenta. No duda en recurrir a desconocidos para que le echen una mano. Su tiempo y su esfuerzo siempre prevalecen. 

- Relaciones públicas: En un primer momento, puede parecer que ha confundido el gimnasio con la cafetería de la esquina. Pero el chándal de tergal le delata. Raramente se le puede hallar en una bici estática, en una cinta o en el banco de abdominales. Su principal tejido muscular se concentra en la lengua, tan ejercitada que puede sostener todas las conversaciones del local. Si su propósito es entrenarse, esquívele. Si carece de amistades o quiere ahorrarse la consulta del psicólogo, será su mejor aliado.

- Fotoperiodista: Aunque pueda olvidar su toalla, las zapatillas o incluso la cabeza en casa, jamás se despegará de su móvil. Su finalidad no es ir allí, sino contar en redes sociales que lo hizo. Más allá de la vergüenza ajena que provocan sus poses retratadas en innumerables selfis, no presenta mayor riesgo. Pero existe una versión avanzada de este subtipo que, incluso, pide a alguna víctima que le ayude con las instantáneas.

- Propietario en diferido: Hasta donde sabemos, no posee acciones del recinto. Aunque muestra la misma libertad que el consejero delegado. Algunas veces, decide no llevar toalla y dejar sudado cada uno de los aparatos, como perros que marcan con su orín el territorio. Otras, coloca alguno de sus enseres (botella/móvil/guantes) en una máquina para reservarla, a pesar de que no vaya a utilizarla hasta la próxima media hora. ¿Lo mejor con él? Dejar patente su cerdez insolidaria a través de la retórica (el cociente intelectual que exhibe no suele resultar un escollo).  

Estos perfiles de hombres y mujeres (como en el caso de la estupidez humana, suele estar muy bien repartido por sexos) no pueden eclipsar a las muchas gentes que tienen en cuenta la primera ley fundamental del gimnasio: a una sala deportiva se va a hacer deporte. Y, por encima del resto, destacan esas personas que ya han superado los 60 y llegan vaciadas de complejos: sin acaparar atenciones, sin necesidad de flashes y con un empeño digno de poema épico.

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