La rotura de una persiana puede provocar en ciertas personas el mismo temor que sufrían los galos: que el cielo se desplome sobre sus cabezas. Esa sensación la experimenté el 7 de enero (último regalo de Reyes). Ante mí, un mecanismo descompuesto tan complejo como el de la Bomba de Hidrógeno. El ocaso ya desde el amanecer.
Ni mi llamada a la casera ni la suya al seguro recompusieron esas lamas de plástico que antaño me guarecían de la luz del mundo. Pero de repente, como si emergiera de la Liga de los Hombres Extraordinarios, mi portero llamó al timbre y contempló el desaguisado con la misma sencillez de un adulto frente a un puzle infantil.
Mientras él subía la persiana, volvía a bajarla, desarmaba la lama herida, ensamblaba el resto, enrollaba la cuerda y atornillaba el tambor (todo entre explicaciones que sonaban milagrosas), yo me dedicaba a mirar la operación atónito y a pensar en la practicidad de la vida: en esas operaciones tan fundamentales de las que sólo nos preocupamos cuando fallan.
Y reflexionaba también sobre lo poco reconocidos que están esos seres que resuelven tan fácilmente los problemas que a todos pueden surgirnos cualquier tarde corriente. Tan mal valorados, que hasta se les denomina "chapuzas"; esto es, persona que hace "trabajos mal hechos" o "de poca importancia", según define la RAE.
Un menosprecio que parte, sin duda, de ese aire de superioridad moral con el que miran ciertas personas con estudios superiores (el mismo nombre les anima) a aquellos que no los tienen. Como si la expedición de una licenciatura o un máster otorgara un título nobiliario para diferenciarse del vulgo. A las gentes así, les pregunto: ¿De qué os sirve haber leído las obras completas de Heidegger si ni siquiera podéis cambiar una bombilla? ¿Acaso la FP, o la misma Escuela de la Vida, son inferiores al sacrosanto mundo universitario?
Lo peor de esos sujetos es que no sólo desconocen cómo arreglar un enchufe, sino que además se vanaglorian de ello. Como si esa actividad fuera exclusiva de gente ruin; como si ese campo del saber estuviera restringido a los ignorantes; como si la vida les hubiera reservado un pedestal para no mancharse las manos. Mentecatos.
Para todos aquellos prohombres, mi más sincero reconocimiento. Y para esos otros engreídos: la próxima vez que el azar os rompa un desagüe, el asidero de un mueble o el cabezal de la ducha, pensad de qué os sirve vuestra infinita sapiencia sin la ayuda de los artesanos terrenos.
Para todos aquellos prohombres, mi más sincero reconocimiento. Y para esos otros engreídos: la próxima vez que el azar os rompa un desagüe, el asidero de un mueble o el cabezal de la ducha, pensad de qué os sirve vuestra infinita sapiencia sin la ayuda de los artesanos terrenos.