viernes, 15 de enero de 2016

La practicidad de la vida

La rotura de una persiana puede provocar en ciertas personas el mismo temor que sufrían los galos: que el cielo se desplome sobre sus cabezas. Esa sensación la experimenté el 7 de enero (último regalo de Reyes). Ante mí, un mecanismo descompuesto tan complejo como el de la Bomba de Hidrógeno. El ocaso ya desde el amanecer.

Ni mi llamada a la casera ni la suya al seguro recompusieron esas lamas de plástico que antaño me guarecían de la luz del mundo. Pero de repente, como si emergiera de la Liga de los Hombres Extraordinarios, mi portero llamó al timbre y contempló el desaguisado con la misma sencillez de un adulto frente a un puzle infantil.

Mientras él subía la persiana, volvía a bajarla, desarmaba la lama herida, ensamblaba el resto, enrollaba la cuerda y atornillaba el tambor (todo entre explicaciones que sonaban milagrosas), yo me dedicaba a mirar la operación atónito y a pensar en la practicidad de la vida: en esas operaciones tan fundamentales de las que sólo nos preocupamos cuando fallan. 

Y reflexionaba también sobre lo poco reconocidos que están esos seres que resuelven tan fácilmente los problemas que a todos pueden surgirnos cualquier tarde corriente. Tan mal valorados, que hasta se les denomina "chapuzas"; esto es, persona que hace "trabajos mal hechos" o "de poca importancia", según define la RAE.

Un menosprecio que parte, sin duda, de ese aire de superioridad moral con el que miran ciertas personas con estudios superiores (el mismo nombre les anima) a aquellos que no los tienen. Como si la expedición de una licenciatura o un máster otorgara un título nobiliario para diferenciarse del vulgo. A las gentes así, les pregunto: ¿De qué os sirve haber leído las obras completas de Heidegger si ni siquiera podéis cambiar una bombilla? ¿Acaso la FP, o la misma Escuela de la Vida, son inferiores al sacrosanto mundo universitario? 

Lo peor de esos sujetos es que no sólo desconocen cómo arreglar un enchufe, sino que además se vanaglorian de ello. Como si esa actividad fuera exclusiva de gente ruin; como si ese campo del saber estuviera restringido a los ignorantes; como si la vida les hubiera reservado un pedestal para no mancharse las manos. Mentecatos.  

Para todos aquellos prohombres, mi más sincero reconocimiento. Y para esos otros engreídos: la próxima vez que el azar os rompa un desagüe, el asidero de un mueble o el cabezal de la ducha, pensad de qué os sirve vuestra infinita sapiencia sin la ayuda de los artesanos terrenos.

viernes, 1 de enero de 2016

Héroes modernos

Hace unas semanas, unos amigos me anunciaron su futura paternidad. No son los primeros, pero sí los últimos de una estirpe de héroes modernos: aquellos capaces de traer a este mundo una nueva vida. No sé si me pesó más la admiración o la incredulidad al recibir la noticia, el caso es que su ejemplo me ha llevado a echar números, como si el crío fuera a ser mío, y he sacado algunas conclusiones. (Spoiler: a los futuros papás, mejor que no sigáis leyendo).

Lo primero que habría que agradecerles (o echarles en cara, vista la complejidad del mundo) es que vayan a crear un nuevo ser en un estado donde ya morimos más que nacemos. España ocupa el puesto 194 de 202 en lo que a tasa de fertilidad se refiere, con 1,3 hijos por mujer. Si tenemos en cuenta que para perpetuar la especie deberían nacer 2,1 hijos por familia, de seguir esta tendencia el país perdería 6 millones de habitantes en el año 2050.

El retraso en la edad de maternidad es un hecho dentro de nuestras fronteras: si en 1975 las mujeres tenían a sus hijos, de media, con 28,7 años, hoy son madres con casi 32 años. Dentro de poco, con el síndrome de Peter Pan tan arraigado en la sociedad, el 'caso Ana Rosa' ya será algo absolutamente corriente.

¿Por qué se pospone la decisión de ser padres? Más allá del cambio en las tendencias sociológicas, parece claro que la situación económica es decisiva. El salario medio en el país en 2014 fue de 1881,3 euros brutos. Del total de asalariados, al menos un 30% (casi 1 de cada 3 personas) cobraron menos de 1221,1 euros brutos al mes. El alquiler medio en una ciudad como Madrid de un piso de 60 metros cuadrados ronda los 600 euros. Y los gastos anuales de un hijo se sitúan entre 5.000 y 25.000 euros al año.

Colocándonos en unos supuestos medios (ambos componentes de la pareja tienen trabajo, con un salario de 1.221,1 euros brutos mensuales y un desembolso medio por retoño de 15.000 euros al año), tendríamos el siguiente balance: 
  • 1.221,1 euros x 2 = 2.442,2 euros de sueldo al mes en el hogar.
  • Restemos 600 de la vivienda y nos quedan 1.842,2.
  • Suponiendo que la criatura devore 15.000 euros anuales, son 1.250 al mes. Los descontamos y nos quedan 592,2 euros.
  • Las facturas (luz, agua, gas, internet, teléfono...) pueden llevarse, de media, otros 200 euros. Nos quedan 392,2 euros.
  • Redondeando, unos 400 euros, a los que habría que restar los gastos en comida, vestido, transporte, averías domésticas y ocio. Eso sólo con un hijo.

No sé si los padres de hoy se convierten por la noche en alquimistas para transformar el plomo en oro. O si con el libro de familia entregan una licenciatura en la London School of Economics. Pero a mí no me cuadran los números. Echen cuentas (o mejor no, por el bien de la natalidad española). Yo, de momento, tengo bastante con cuidar de mí mismo.

P. D.: De sentimientos, la felicidad de ser padres y el milagro de la vida hablaremos otra tarde.